Un paseo...

 

 Nos volvemos adictos a quien nos hace el amor entre letras

y sabe cómo tocar nuestra imaginación

 

Un paseo por la geografía de mi cuerpo

Puedo tener un alma sumisa, pero eso es sólo una parte de mí, o la parte que quiero que veas. Me muestro sumisa pero no soy una mujer fácil y sólo puedo pertenecer a alguien que sepa seducirme e imponerse con la mirada.

Esa noche cariño, debo confesarte que elegí ser esclava de tu piel y le hiciste saber a mi cuerpo quién llevaba las riendas de mis orgasmos; pero, para que ese camino allanado pueda ser recorrido, un día tejí con palabras el trayecto que tenías que hacer antes de atravesar-me.

La noche en que nos vimos, te pedí al oído que uses el mapa que te había dado y, como buen explorador de un terreno desconocido, comenzaste a trazar con tus besos y caricias, cada punto de mi cuerpo mientras estaba boca arriba.

Primero fuiste por el pájaro diminuto, de plumajes brillantes que suele llamarse colibrí. Tus labios le dieron los besos más dulces que podría haber sentido alguna vez y él, encantado por esas caricias, te susurró al oído que debías seguir hasta posarte en el ser que, ahora devenido en mariposa, no se olvidó que antes fue oruga.

La mariposa, ejemplo perfecto de la metamorfosis y la perseverancia (cualidades que me caracterizan), te indicó que continúes camino porque debías pasar por la libertad... pero como buen símbolo del amor y la transformación constante, se dejó tocar por tus manos suaves y tu lengua húmeda hasta que poco a poco llegaste a la zona conocida como el camino del infinito o, en otras palabras, el lugar donde se indica y me recuerda que soy infinitamente libre.

Las aves que acompañan ese recorrido te dijeron que no te detengas porque el camino continuaba así que, con el aleteo de los pájaros negros, llegaste al mundo de los sueños.

Entre amuletos y telarañas, cuerdas e hilos tejidos con arte y magia, una mujer hechicera te dijo que el camino ahí no terminaba.

Para ese entonces, me tomaste con tus brazos y en un abrir y cerrar de ojos, diste vuelta mi cuerpo para continuar recorriendo con tu lengua cada parte de él.

Desde mis tobillos fuiste buscando cada rincón hasta que tu boca se detuvo a probar mis labios celosamente cuidados. Los besaste con dulzura y deseo y tu lengua, saboreó el más dulce néctar.

Después de esa breve y exquisita parada, llegaste al punto más álgido del camino: la serpiente encantada. Ella vino a enseñar a reconocer nuestra energía y a escuchar el cuerpo.

También invita a conectar con la pasión y honrar el placer así que su lengua, cuando se encontró con la tuya, te dijo claramente: a todo o nada y con placer siempre.

Ella considera que no hay experiencia más grande que quien disfruta de cada momento que nos ofrece esta vida...

Mientras escuchaba esa conversación y veía cómo se entrelazaba tu lengua con la de ella, sentí por primera vez tu erección, que, cual serpiente, se apoyó en mis labios inferiores y lentamente, me atravesó.

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